Si no empezamos por nosotros, nada va a cambiar


Una bengala en uno de los últimos recitales de La Renga.

Pareciera que en este país no se aprense nunca. De casa suceso trágico se hace un abuso de oportunismo, cinismo y amarillismo tremendo. Se escarba hasta lo más profundo de los implicados. Se cruzan límites éticos en nombre de la búsqueda de la verdad. Todos moralistas, éticos y alturistas. Pero después pasa el tiempo, las cosas quedan en la nada, y hasta que no vuelven a suceder, nadie se acuerda de aquel incidente. ¡Eso si! Cuando un suceso similar vuelve a ocurrir, aparecen nuevamente todos los carroñeros para volver a señalar con el dedo acusador y recordar que ellos ya lo habían dicho antes.

En un país (Argentina, obvio) donde los que se mantienen en el poder son los mismos de hace 20 años, y hayan sobrevividos al “que se vayan todos” del 2001, ejemplos hay de sobra. Pero con uno alcanza, además de ser el más relacionado a nuestra música. La tragedia de Cromañón, donde el 30 de diciembre de 2004 perdieron la vida 194 personas que habían ido a ver a Callejeros, marcó un quiebre en la música, y en el rock en particular.

La utilización de pirotecnia fue prohibida en los espectáculos públicos. Meses después de la tragedia, en el festival Cosquín Rock 2005, una persona prendió una bengala en pleno show de Las Pelotas. La banda dejó de tocar automáticamente mientras Germán Daffunchio, vocalista y guitarrista, gritaba desde el escenario: “¡apagá eso boludo! ¡Apagalo o paramos!”. El silbido de la gente para el que prendió la pirotecnia parecía sentenciar ese tipo de acciones. Pero nos equivocamos.


Recital del Indio Solari en Salta. Ocho bengalas prendidas.


En esa subdivisión que muchas veces se genera dentro del rock, muchas personas del “palo” más pesado (generalmente gente más grande) ignora lo sucedido. “A nosotros eso no nos va a pasar”, “A esos giles les pasó porque eran todos pendejos”, son frases que suelen escucharse en determinados círculos del rock. A lo largo de los años, se han visto bengalas y pirotecnias en recitales de La Renga, el Indio Solari, Skay Beillinson, y alguno más. Los músicos, ya cansados de parar los shows, muchas veces dejan que espectáculo siga, aún con pirotecnias.

Es cierto que algunos músicos no dicen nada, que los controles no son lo exhaustivos que deberían ser, y que muchos lugares donde se realizan los conciertos están inhabilitados o no cumplen con los requerimientos municipales. Pero eso no justifica el hecho de seguir llevando pirotecnia a los conciertos. Ya pasa por una cuestión personal, de respeto, de responsabilidad y de cuidado (personal y del resto de las personas). La culpa sigue siendo del que lleva una bengala, y no del guardia que no realiza bien el cacheo.

El padre de Miguel Ramírez muestra la foto de su hijo fallecido.
También es cierto que a todos (o a la gran mayoría) nos gustaban las bengalas y la pirotecnia. Desde BAILANDO EN UNA PATA nos hacemos cargo. Pero las consecuencias están a la vista. Por respeto a la víctimas, por tomar conciencia de que a cualquiera le pudo haber pasado. Ser concientes de que a cualquiera nos puede pasar. Miguel Ramírez podés ser vos, yo, todos a los que nos gusta el rock nacional y seguimos una banda. Si no empezamos el cambio por nosotros, esto nunca va a cambiar. Y seguiremos lamentando víctimas, amigos, familiares.

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