Mariano tiene 25 años, trabaja en
una metalúrgica y estudia Ingeniería Electrónica en la Universidad Tecnológica
de Córdoba. Vive con sus padres y hermanos, Julieta, de 23, y Hernán, de 20. Está
de novio con Verónica desde hace poco más de 2 años. Toca la guitarra, le gusta
un poco el fútbol, pero nunca fue a la cancha. Lleva una vida normal. Hasta que
toca La Renga.
Toda la monotonía y la rutina
diaria quedan a un lado para vivir ese ritual que es cada presentación de su
banda preferida. No importa cuando, ni donde, siempre que el bolsillo lo
permita, él se hace presente. “Siempre se encuentra alguien con quien ir. Pero
de última, viajo solo”, explica Mariano.
Mariano y su guitarra. Inseparables. |
Conoció La Renga de muy chico, y
el encanto fue inmediato. “Debía tener 10 u 11 años, estaba en el último año de
la primaria. Fui a la casa de un amigo, Juan, y no se de donde había sacado un
disco porque le llamaba mucho la atención la tapa. Era Despedazado por mil
partes, con la cara del ángel que se hace calavera en la portada. Ya me gustó
eso. Después lo escuchamos y me impactó”. A pesar de su corta edad, a Mariano
le llamó la atención la fuerza de la banda. Y su música empezó a ser su guía.
“Después salió el disco de la estrella (N del R: La Renga
-1998-) y me voló la cabeza. Estaba todo el día escuchándolo. Nos juntábamos
con mis amigos y hablábamos de las canciones, las letras, los dibujos del
disco. El Twist del pibe me volvía loco. Además, a esa edad generás un lazo muy
fuerte de identificación con las letras y con la banda”. Mariano empezó a tocar
la guitarra, al principio, con el solo fin de tocar las canciones de La Renga.
La banda empezaba a hacerse
conocida y las ganas de presenciar un show en vivo eran enormes, pero sus
padres no lo dejaban ir debido a su corta edad. “Me enculaba mal. No les
hablaba por varios días. Pero ahora, con el tiempo, los entiendo. Tenía 12 o 13
años y era muy chico, y tampoco tenía hermanos o primos mayores que me pudieran
acompañar. Igual por ahí me lamento cuando veo que me perdí algún show grosso”, se lamenta Mariano.
Pero sus ganas y sus enojos
fueron recompensados. Y a lo grande. En el año 2002, La Renga pisaba por primera
vez la cancha de River. Mariano insistió tanto que logró convencer a su papá para
que lo acompañe. “Rompí tanto las bolas que al final me dejaron. Fuimos con mi viejo
al Monumental y casi me muero. ¿Linda forma de debutar no?”, se regocija
mientras recuerda fragmentos de su primer recital.
Entonando una canción de La Renga. |
De ahí en más, no hubo presentación
en Córdoba y alrededores que Mariano no presenciara. Junto con su grupo de
amigos, entre los que se encuentra Juan, aquel que le mostró el primer CD de La
Renga, generaron un ritual de cada recital. “Es un momento especial para
nosotros. Es dejar todas las obligaciones de lado, compartir buenos momentos,
cantar un poco, recordar viejas anécdotas. Y es como una especie de catarsis.
Cuando pasamos mucho tiempo sin ver a La Renga nos empezamos a poner mal y
decimos entre nosotros: nos haría falta una buena sesión ¿no? (risas). Lo
tomamos como si fuéramos al psicólogo a descargar tensiones”.
Con la mayoría de edad y algo de plata
en el bolsillo, empezaron a llegar los viajes. Buenos Aires, Tucumán, Santa Fe,
San Juan, Formosa, y algunos otros destinos cercanos, como San Roque, Jesús María,
Santa Rosa de Río Primero. “Cuando viajas es una sensación distinta, porque te
entregas más. Dejas todo para viajar, y eso te hace vivir la previa y el
recital con otra emoción, con más adrenalina”, cuenta Mariano, quien además
tiene el hobbie de coleccionar entradas de recitales.
Los que más viajamos somos
cuatro, pero siempre se agrega algún otro. Ahora se nos complica un poco más
porque todos trabajamos y estudiamos, y por ahí quedamos dos o tres. Incluso
llegué a viajar solo. En el 2010, cuando presentaron el disco nuevo (Algún rayo
-2010-) en Rosario no podía ir nadie, así que me fui solo con el trapo”.
La bandera, una más de la banda. |
El trapo es la bandera del grupo.
Tuvieron una de más chicos, pero solo de la emoción porque todavía no iban a
los recitales. Cuando empezaron a viajar, decidieron crear una nueva. “¡El
trapo es uno más de la banda! Viaja siempre, y hasta hemos tenido varios
problemas, pero se lo defiende como si estuvieran cagando a trompadas a un
amigo”, avisa Mariano, y acepta el cuestionario final.
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¿Una canción?
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Hablando de la libertad.
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¿Un disco?
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Insoportablemente vivo.
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¿Un recital para revivir?
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El segundo River, del 2004.
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¿Uno para olvidar?
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¡Ninguno!
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¿Una entrada?
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Las dos de River (2002 y 2004). Y una de la Vieja Usina
de Córdoba, que agarré la púa de Chizzo al final del recital y la pegué a la
entrada.
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¿Una frase renguera?
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De esta manera quizás no sea la muerte, la que nos
logre apagar el dolor.
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¿Una anécdota?
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Uf! Hay miles. Pero en Santa Fe (2007), en la cancha de
Unión, nos robaron el trapo antes de entrar. La buscamos por todos lados,
afuera y adentro de la cancha, pero no la encontramos. A la salida vemos un
tipo con la bandera y empezamos a discutir para que nos la devuelva. Llegaron
los amigos y se armó el bardo. La recuperamos y nos subimos al auto en que habíamos
viajado. Cuando salimos nos rompieron el vidrio del acompañante de un piedrazo.
Pasamos la noche al lado del auto y al otro día estaba todo cerrado, así que
tuvimos que hacer los 400 kilómetros desde Santa Fe a Córdoba sin un vidrio. ¡El
frío que pasamos no me lo olvido más!
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